La energía que desprenden nuestras relaciones nos determina. Vivimos en un mundo donde quedamos contagiados por las emociones ajenas, ahí donde el magnetismo de los gestos, palabras y movimientos de los otros nos pueden cautivar o incomodar. Los seres humanos estamos cableados por esas fibras invisibles que nos condicionan de muchos modos, pero que no siempre percibimos.
Puede que una simple vista estas ideas no resulten tan extrañas como fascinantes. Cabe decir que en los últimos años, y con el avance en el estudio de las emociones y la kinestesia están apareciendo nuevos campos de interés que merecen ser nombrados. Un ejemplo de ello son los trabajos sobre lo que se conoce ya como “Body Intelligence” o inteligencia corporal.
Según esta teoría, las personas deberían ser más conscientes de nuestras energías internas, esas que se adhieren a nuestro cuerpo y que no siempre las reconocemos. Así, y al hablar de “energías” nos referimos ante todo a esos estados emocionales que nos limitan o nos expanden como seres humanos, y que de algún modo, proyectamos también en los demás.
Cada célula, fibra nerviosa, red neurológica y cada tejido de nuestro cuerpo necesita energía para funcionar. Los seres humanos estamos orquestados por toda una red de impulsos. Es ahí donde nuestras neuronas se comunican las unas con otras conforme a ciertas ondas eléctricas cerebrales en base a lo que hacemos, pensamos o sentimos en cada instante.
Las emociones, y en especial las que se desprenden del estrés, la tensión y la ansiedad se contagian con mucha facilidad. Los psicólogos lo llaman la “ley del intercambio” y se caracterizan por una alteración en nuestro estado mental y anímico originado por la actitud y los estados emocionales de aquellos que nos rodean. Esa “temperatura” anímica puede ocasionarnos más costes que beneficios: agotamiento físico, baja motivación, pensamientos distorsionados, etc.
La energía que desprenden nuestras relaciones crea una atmósfera determinada. Partiendo de cómo sea ese campo energético (enriquecedor o invalidante) determinará sin duda nuestro bienestar o nuestra incomodidad. Los psicólogos expertos en este campo nos indican que el objetivo sería trabajar en la ley del intercambio de la energía uniforme. Es decir, crear una reciprocidad emocional donde todos nos beneficiemos.
Este objetivo es sin duda lo más deseable en toda organización laboral, en toda familia, relación de pareja, entorno escolar, etc. Ahora bien, para lograrlo, debemos partir de nosotros mismos, y es ahí nos puede ayudar también la inteligencia corporal.